lunes, 2 de diciembre de 2013

El Portal de Belén tenía una Ventana

Erase una vez un pastor de ovejas al que todos conocían como el Pastor de la Caña que, en una noche fría y despejada de invierno, se encontraba descansando al calor de la hoguera mientras el rebaño pastaba vigilado por su perro, De pronto, se le apareció un ángel, que acercándose lentamente le dijo;

No temas, vengo a traerte una buena noticia; porque ha nacido hoy en la ciudad de de Belén, un Salvador, que es Cristo, el Señor. Hallarás al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre"

El pastor se puso en pié, se abrigó con el manto color rojo purpura, cogió su caña de pastorear e inició la marcha según le había indicado el Ángel, siguiendo una estrella resplandeciente.

No era muy alto, tenía un corazón noble y buena fama entre los demás pastores de la zona por su generosidad al compartir el pasto de las tierras que le pertenecían con otros rebaños. Le llamaban Pastor de la caña ya que no utilizaba una vara de nogal, sino una caña que le regalara su padre, que también fue pastor de ovejas.

Tras varias horas de camino, comprobó cómo la inmensa estrella brillante se detuvo en una zona de establos, justo donde se agolpaban un gran número de personas. Se fue acercando inquieto, buscando al niño que acababa de nacer. Llegó hasta pocos metros mientras saludaba a otros pastores que habían llegado antes que él. Intentó acercarse para mirar pero un sequito que acompañaba a los que decían eran tres reyes de oriente, no le permitía el paso.


Por más que intentaba colarse entre el tumulto silencioso que se juntaba frente al establo, no conseguía abrirse un hueco para mirar al Niño. Era tal cantidad de gente la que se había juntado, que con lo menudo de su cuerpo no podría nunca llegar hasta la primera fila. Triste, el Pastor de la caña desistió de llegar hasta el pesebre, dio unos pasos atrás y cabizbajo se fue retirando, mas giró la cabeza y vio lo que no imaginaba; El establo tenía una ventana.

Miró dos veces a cada lado, incrédulo de estar solo ante la ventana desde donde contemplar al Señor. Llegó hasta ella, apenas se elevó un poco con las puntas de los pies… y allí lo vio, tranquilo, silente, era un hermoso recién nacido envuelto en paños que, tumbado en un pesebre cargado de paja, sonreía a todos.

Junto al pequeño, la Madre en cuyo rostro se reflejaba la ternura más acendrada. El Esposo, recibía y atendía las felicitaciones de todos, y su sonrisa denotaba el orgullo de padre feliz. El pastor quedó absorto ante aquella estampa. Nunca antes había sentido tanta paz, notando como si su corazón se pusiera de rodillas adorando aquel pequeño, convencido que era el más grande.

Mirándose pensó, qué podía ofrecerle que no le hubieran regalado ya. Rápido se despojó de su manto color púrpura, lanzándolo desde la ventana. Cayó a los pies de su Madre quien con gesto amoroso agradeció el presente y abrigó con él al Niño Jesus.

Aguardó contemplando hasta que el niño quedó dormido, sintió que el encuentro vivido en aquella ventana le marcaría para siempre. Se dio la vuelta y comenzó el camino de regreso.

Una vez que llegó hasta donde estaba su rebaño, reparó que no llevaba consigo la caña. Se la había dejado apoyada en la ventana.

“No importa”. Pensó. Quizás le sirva cuando crezca y sea Rey.

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