sábado, 25 de febrero de 2012

Una vez tuve un sueño

Fragmento del Pregón del Sanedrín 2009

Una vez tuve un sueño, era Letrado de reciente ejercicio en la ciudad de Jerusalén. Estaba especializándome en incumplimientos de trueques, y en pequeñas trifulcas con lesiones entre mercaderes, a las puertas del templo. En mi sueño, acababa de estrenar despacho en la calle principal, a dos manzanas del palacio de los sanedritas. Pasaba bastantes penitas, dado que solo me encargaban asuntos aquellos que solo me podían pagar en carne, esto es, con un par de gallinas y una cría de cordero.

Una noche, mientras preparaba un informe de un juicio que a la mañana siguiente determinaría si mi cliente era culpable de agredir a un guardia romano, llamó a mi puerta José de Arimatea, sanedrita bueno, entró y me contó la situación por la que estaba pasando un amigo suyo que se llamaba Jesús, nacido en Nazaret.

En lo que dan de sí un par de horas, me habló de curaciones a ciegos y paralíticos, de milagros de pan y peces, de perdonar hasta setenta veces siete, me habló de la otra mejilla, de amor al prójimo, de la samaritana en el pozo, del hijo pródigo, de un camello y el ojo de una aguja, de sus discípulos, me habló del Amor.
Al final de la charla, me encargó la defensa de Jesús que acababa de ser detenido y puesto a disposición de Caifás, después de que le hubieran pegado ante su suegro Anás. Me advirtió que por el encargo no habría contraprestación económica alguna ya que nadie se haría cargo de mis honorarios. Me asusté como solía, por la responsabilidad que ponían en mis manos. La historia de aquel Galileo me conmovió, y acepté sin condiciones.

Tan pronto como puede me personé ante los Sumos sacerdotes para hacerles ver, que aunque imberbe era abogado, y que ejercería la defensa de aquel hombre. Recibí un empujón por respuesta y se originó un alboroto muy grande, comprendiendo entonces que Jesús no era un delincuente habitual. Volví al despacho y comencé a mirar las leyes hebreas y las leyes romanas que serían de aplicación al caso. Ninguno de los cargos era concluyente, Blasfemia y sedición, ¡Si no había pruebas! Que blasfemia si aquel hombre había sanado enfermos y obrado milagros. Qué sedición, si había dicho que al Cesar lo que es del Cesar.

Quebrantando una de las normas más sagradas, la de que a los reos había que juzgarlos a la luz del día, los sanedritas y sumos sacerdotes se reunieron en la noche para juzgarlo; todas las intervenciones iban dirigidas a mostrar a Jesús como un mago hechicero que sublevaba a las masas, mi cliente no respondió a ninguna de las preguntas, guardando un riguroso silencio. Solo al final, cuando Herodes le inquirió si era el hijo de Dios, Jesús levantó la mirada y lo afirmó; Yo soy el Hijo de Dios..

Se armó un gran revuelo, me echaron de la sala y solo alcancé a escuchar que lo llevaban ante el gobernador romano, Poncio Pilatos.

Siempre sucedía, que en mí surgía cierta implicación emocional para con mis defendidos, de manera que no era capaz de quedarme en la mera relación profesional; mas nunca como entonces, un cliente, en tan poco tiempo me había provocado tanta ternura desde el convencimiento de que era inocente.

Mi sueño continuaba, e impotente esperaba a las puertas del pretorio donde se iban congregando cada vez más gente, sonaron los clarines de la guardia romana, eso significaba que el Gobernador saldría al balcón y comunicaría alguna noticia al pueblo sometido a Roma. Así fue, apareció Pilatos y detrás estaba Jesús, nos lo enseñó ensangrentado por la infinidad de azotes a los que le habían sometido, le habían puesto algo en la cabeza que yo no alcanzaba a distinguir, y un paño rojo sobre los hombros, y una caña en las manos. Aquello no era muy normal.

La plebe empezó a pedir a gritos que lo mataran en la cruz, cada vez más fuerte. Yo asombrado pensaba qué artículo habría que aplicar para su libertad, y solo se me ocurrió gritar ¡Pero si es inocente! Pilatos mandó que le trajeran una palangana, se lavó las manos y leyó un pergamino por el que mandaba a mi cliente a la muerte, y a una muerte de cruz.

Me retiré del lugar desconsolado, lloré como nunca, no ya por haber perdido el caso, sino porque no entendía el veredicto que condenaba a aquel hombre bueno. Deambulé por un rato, perdido por las calles, sin rumbo, cuando ya caía la tarde, desemboqué en el camino que llevaba a la salida sur de Jerusalén, y por casualidad me encontré con la centuria romana que guiaba a Jesús hasta el monte donde le darían muerte. Fue increíble la imagen de mi representado cargando con una cruz enorme, andaba muy despacito, poco a poco, pero siempre de frente. Al llegar a mi altura, me buscó con la mirada, nos miramos y se cayó al suelo desplomado. Como pudo se levantó, y mientras lo hacía me volvió a mirar y me dijo bajito, casi susurrando, “Desde antes de que nacieras, te tengo grabado en las palmas de mis manos. Te llamarás Daniel, que significa Dios es mi Juez”.

Después de escuchar aquello, Él siguió su camino hacia el monte calvario, y yo como en una nube dirección al despacho. ¡No fui capaz de salvarlo! Permanecí encerrado hasta que el sueño me venció y quedé dormido profundamente.

Justo en ese momento, sonó el despertador en mi habitación y desperté del sueño que me había convertido en letrado de la Pasión de Cristo, teniendo una figura meramente testimonial, sin poder hacer nada por cambiar el resultado final del Proceso.

Pero qué suerte la mía de haber caído en Sevilla, de poder soñar despierto sin ser letrado de tu pleito en cada calle o en cada esquina, de poder salir a buscarte Jesús, como en mi sueño al Palacio de los Sanedritas. Andando por otras calles, te conoceré de nuevo cuando te muestres prendido en Panaderos o en Montesión sufriendo. Me volverás a cautivar en el Tiro de Línea. En el barrio León  me personaré ante los que quieren juzgarte, y les pediré que te juzguen de día, cuando el sol roce tu cara saliendo de Triana. Esperaré a encontrarte semidesnudo en molviedro, en Santiago maldeciré al peor de los besos. En los terceros nos darás tu cuerpo como pan, alimento del pueblo hambriento de moral. La calzada será el balcón donde Pilatos diga “He aquí a tu pueblo”.

Me mirarás y por mi nombre me volverás a llamar en la otra orilla del Guadalquivir, y en tus manos me veré reflejado cuando el Viernes Santo muy de mañana vuelvas para arriar tu paso en el altozano guiado por el caballo. A ti te digo Tres caídas de Triana, en la Esperanza de mi nuevo porvenir, que estrenaré en la catedral de Santa Ana; cuida de María y de mí.

En la madrugá más larga jamás soñada, mostrarás la potestad de tu amor andando camino del Calvario. La saeta romperá el silencio que te brindamos como alabanza solemne a tu soberano poder, y querubines gloriosos pondremos a tu paso para paliar tanta pasión y tanto quebranto.

Mi despertador sonó antes de tiempo y no te vi crucificado en mi sueño, no importa, porque como en Sevilla puedo soñar despierto, la magdalena será el monte Calvario y allí tomaré del Cachorro su último aliento, o de noche cuando hasta el azahar duerme en la plaza del museo y retorcido de dolor entregues al fin tu cuerpo. Por San Fernando rezaremos tu buena muerte Maestro. Te daré de beber en Nervión para paliar tu sed y la de tus enfermos. Podré observar en primera fila como Longinos se arrepiente de su lanza en el Cerro del Águila. En Monserrat nos prometerá el cielo, y el buen fin de nuestro duelo.

Te alzarán dos caballos y la verdadera cruz se hará el miércoles santo, en San Martín por la lanza atravesado, en San Vicente las siete palabras, y más si cabe en San Bernardo para ser salud de enfermos en el Arenal Carretero.

Embaucado por Cristo en la cruz, mis ojos se clavan en tu cuerpo, me hablas y me dices; Tu y Yo, Yo y Tu. El Yo por la Y griega que forma tu cuerpo clavado y muerto, y el Tu por la T que dibujan los dos travesaños del madero. Contigo puedo, conmigo quieres contar para ser mensajero de la verdad. Oh! Árbol de la cruz, a cuantos santos inspiraste que tomaron tu nombre como apellido. Señal de los cristianos, cruz de guía de las filas de hermanos, cruz parroquial, cruz inolvidable de Santiago de Compostela, cruz invertida de San Pedro, cruz aspada de San Andrés, cruz de malta con caña en San Esteban, cruz de Jerusalén y cruces para el mes de mayo.

Que suerte soñar despierto en Sevilla, poder contemplar al Cristo sobre las rodillas de la Virgen, ayudar en San Andrés cogiendo de la sabana una esquina en la que te llevamos con cuidado, o seguir detrás de su paso, haciendo compañía para que nunca esté sola, nuestra madre María.

Y al final de la Pasión más grande jamás contada, pondremos para tu cuerpo yacente, urna de oro y cristal, y así descanse en paz el que fuera rey de reyes, en la gloria celestial. Romanos te custodiarán y en San Gregorio, en nuestro duelo, repetiremos “nihil sumus”, no somos nadie.

No somos nadie sin que estés entre nosotros, pero es que el sueño en Sevilla aún no se ha acabado, hermano, que en Santa Marina está amaneciendo y al tiempo, renaciendo de nuevo el color blanco. Cristo, el ultrajado, de su tumba se ha levantado y nos dice que porque le lloramos, que esperemos en la dicha de su cuerpo resucitado. Que la muerte no fue la suya, sino la del pecado. Que volvió para quedarse y no apartarse jamás de nuestro lado, y que así, enseñemos todo, cuanto nos ha mandado.


Este fue mi sueño,
compartirlo quiero;
mitad dormido
mitad despierto.
Soñando contigo
Señor,
contigo sufriendo.

El evangelio
se hace vida
como el más bello
de los cuentos,
mi corazón de rodillas
pido la bendición
de tu reino,
que la octava maravilla
quiso nacer en Sevilla
en forma de palios,
misterios y cofradías.
Sin miedo a
despertar del sueño,
la gloria se hace vida,
y yo
a soñar despierto.




viernes, 3 de febrero de 2012

Federico el Gourmet (Microrrelato I)

En alguna que otra ocasión he participado en el concurso mensual de microrrelatos sobre abogados que organiza el Consejo General de la Abogacía y la Mutualidad de la Abogacía. Consiste fundamentalmente en contar un relato breve sobre abogados siendo imprescindible que aparezcan cinco palabras que los convocantes publican cada mes.

Juro que nunca aspiré a ganar pero sí a que me lo publicaran ya que los mejores relatos presentados aparecen en la web, como quiera que no he aparecido nunca y este espacio es mío, aquí que me iré publicando.

Palabras: Niños, Crisis, Gourmet, Apelación, Juzgado


"En el humilde barrio le llamaban Federico “el Gourmet”, pues tenía un pequeño establecimiento de charcutería y recova. Abrió la tienda sin pensar, como solía, cuántos vecinos habrían cobrado la pensión y pasarían a comprarle. Cogió sus gafas y leyó la sentencia que le habían entregado aquella mañana en el Juzgado, alcanzando a entender a penas, que le condenaban a entregar una cantidad que tardaría tres meses en ganar; “¡Más leña para mi crisis!” pensó.

Por esas casualidades que tiene la vida, acudió a comprarle Martín “el Letrado”, abogado pobre del barrio. Tras preguntarle por sus niños y envolverle la media docena de huevos, el Gourmet se atrevió a contarle con todo detalle su pleito y el resultado del mismo, para finalmente preguntar “¿Qué significa apelación?”. Después de pensar la respuesta dijo Martín: “En tu caso Fede, retrasar el pago”.

En Sevilla, a cuesta de enero de 2009."